Saludos lectores.
De nuevo con vosotros para narraros una leyenda que seguro más de uno conoce. La del obispo insepulto.
Alguien escribió que en cada piedra de la Santa Iglesia Catedral, podría escribirse un libro. Quien aquello escribió tenia mas razón que un santo. Sin embargo, en lo que se refiere a este caso concreto, me referiré a lo relatado por don Julián Espejo García.
En el año 1500 vino de obispo a Jaén don Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, que había ejercido este puesto en Mondoñedo y en Lugo, y era presidente del Consejo de Castilla e inquisidor general. Logró distinguirse este obispo por ser muy desprendido, costeando obras tan importantes como el puente y la iglesia de San Andrés de la ciudad de Baeza, por lo que consiguió el título de bienhechor del obispado.
Desde que llegó a Jaén, vivió en la calle Campanas, esquina a la del "Mesón de la Parra", frente al Sagrario viejo, que por medio de un arco se comunicaba con la Catedral.
En vista del mal estado en que se encontraba la Catedral, se decidió a renovarla, sacando de cimientos la Capilla Mayor, o de San Ildefonso, que por esto se nombra también del obispo Suárez. La terminó en el año 1519 y con su dinero pagó al coronación y sillería del Coro, según estilo de Berruguete y ordenó que se tallara su escudo de armas en el respaldo de su asiento, por lo que se puede pensar que deseaba tener su sepultura en dicha Capilla, adjudicando a sus parientes el Patronato de ella con todas sus prerrogativas, razón por la cual al morir el día 5 de noviembre de 1520 o de 1522 -que en esto hay citas tan autorizadas como opuestas- se le inhumó en la misma Capilla.
Transcurrieron más de cien años cuando el obispo Baltasar Moscoso -en 1634-, hizo derribar el crucero, Capilla Mayor y todo lo demás fabricado por mandato de sus antecesores en el Episcopado, los señores Suárez, Merino y Osorio, no sólo por estar ruinoso, sino porque no concordaba con las nuevas obras. Sin embargo, se utilizó como retablo para el altar del Santo Rostro el mismo que se hizo en 1610 para la Capilla Vieja de don Alonso Suárez, anotándose sobre el pavimento de la moderna, los años de 1637 y 1653.
Mientras se llevaban a cabo las nuevas obras, el cadáver del obispo Suárez se guardó en un lugar seguro, pues si bien se ignora el paradero de los restos de otros famosos caballeros que murieron
en la lucha contra los moros defendiendo esta ciudad -y que por esto se enterraron en diversos sitios de la Mezquita, convertida en Catedral-, hubo la suerte de que se conservase íntegro el cuerpo de aquel obispo.
A pesar de los muchos años transcurridos desde que fue sacado de su primitiva sepultura, sus parientes cuidaron de honrar la buena memoria del finado, hasta el extremos de mantener contra el Cabildo Catedral, un costo y largo pleito en demanda de que se le concediera a don Alonso entierro en la Capilla del Santo Rostro. La familia del obispo Suárez se ha venido fundamentando, no sólo en que así lo dispuso su insigne pariente, sino en que ya había sido sepultado en un lugar de la primitiva Capilla, construida a sus expensas y que llevó su nombre, siendo por otra parte muy merecedor a esta distinción, pues había usado su talento y gastado su dinero en bien de la Diócesis. Pero el Cabildo entendió que la nueva Capilla, relicario de la Santa Faz, que empezó a venerarse con extraordinario amor, no debía, por su respetabilidad y rango, destinarse para sepultura de los obispos y, al negar la del obispo que nos ocupa, creyó cortar de raíz pretensiones análogas en el futuro. Así es, que se opuso abiertamente, designado el Coro, como sitio adecuado para enterrar a los obispos.
Pero la iglesia buscó una solución que, sin violencias, acabase el pleito, y al efecto sentenció que el repetido Prelado, se conservase provisionalmente en la Capilla del Santo Rostro y que sus parientes realizasen anualmente una ofrenda al Cabildo Catedral las vísperas del día de la conmemoración de los Fieles Difuntos. Tres casos podían ocurrir para que el obispo volviera a ser enterrado en la Capilla del Santo Rostro.
- Que la familia del obispo no hiciera ofrenda y entonces sería éste sepultado con los demás Prelados, en el Coro.
- Que hecha la ofrenda, se aceptase por el Cabildo e inmediatamente se inhumaría en la Capilla del Santo Rostro y
- Que el Cabildo rechazase la ofrenda, continuando el cuerpo insepulto. De suerte que el fallo dejó pendiente el asunto de esta condición potestativa y resolutoria.
La ofrenda fue muy copiosa al principio, consistiendo en cabezas de ganado lanar y vacuno, aceite, trigo, miel y cera. Pero los años han ido transcurriendo sin que la familia del señor don Alonso Suárez, ni el Cabildo Catedral cedan en sus respectivas actidues, por lo cual desde 1664 y después de haber estado veintinueve años en la Sacristía grande, el cadáver pasara a ocupar la parte baja de una cajonera en el lado izquierdo de la Capilla del Santo Rostro, con la inscripción siguiente:
«Aquí yace don Alonso Suárez de la Fuente del Sauce, Obispo que fue de esta Santa Iglesia, falleció a cinco de noviembre de 1522. Se mandó trasladar por los S.S. Deán y Cabildo a 24 de octubre de 1664. En sede vacante.»
Según esa inscripción el obispo falleció a dos años después de la fecha que está inscrita en su tabla cronológica según el inolvidable Deán Sr. Martínez de Maza, digno de todo crédito. Más bien pudiera ser un error material.
Cuando vino el rey don Alfonso XIII el día 15 de mayo de 1904, por iniciativa del señor duque de San Pedro se exhibió el cadáver a S.M. También fue mostrado cuando vino a Jaén el genera Franco y posteriormente su esposa, se volvió a abrir, observándose que aquel Prelado, su esqueleto, está momificado y perfectamente conservado. Debió ser persona de elevada estatura y está revestido de Pontificial desde el tiempo del obispo señor Monescillo, en que el Cabildo acordó renovarle las ropas por hallarse sumamente deterioradas.
Decía con anterioridad que eran muy abundantes las ofrendas que se hacían al principio por los parientes del obispo, señor Suárez, pero como el Cabildo Catedral tenía que rechazarlas todos los años, después de los enormes esfuerzos y molestias que la familia soportaba acordó discretamente que se redujera a seis blandones de cera nueva, sustituyendo las ofrendas que se venían haciendo anualmente. Para presentar esta ofrenda los parientes del Prelado tienen apoderado a un letrado, quien oportunamente requiere a un notario, trasladándose ambos a la Santa Iglesia Catedral, precisamente a la hora de vísperas del día que precede al de la Conmemoración de los Fieles Difuntos, presentando aludida ofrenda al Cabildo.
La representación del Cabildo, rechaza la ofrenda y todo se deja escrito en acta notarial y firmado por todos.
Se comentó en su día que, acabada de tomar posesión de su cargo de Deán, don Pedro José Espinosa, tuvo que presenciar la ofrenda sin conocer esta historia, por lo que no encontró dificultad en recibirla, más cuando se disponía a dar su conformidad, con gran sorpresa y expectación de los presentes, el Arcipreste don Francisco Civera, llegó precipitadamente evitando con frase enérgica que el Cabildo perdiera el derecho que durante siglos venía manteniendo. Y por ese motivo se acordó por la misma Corporación, que, además del Deán, fuera nombrado también el Canónigo de mayor antigüedad, para resolver en el acto de la ofrenda.
El relato no acaba ahí, pues esta leyenda tiene un final feliz al ser por fin enterrado el obispo insepulto. Pero eso será otra historia...
Un saludo.