La Cruz del Castillo

23 agosto 2007

Saludos lectores.

En esta ocasión la leyenda de Jaén que me dispongo a escribir trata sobre la cruz de nuestro Castillo de Santa Catalina.

Cuenta la tradición que cuando la morisca, tras largas y sangrientas batallas se rindió a Fernando III el Santo en 1246, el capitán que comandaba las tropas cristianas que conquistaron el castillo, en un arrebato de inmensa alegría, desenvainó su espada y la clavó en el suelo como signo de posesión, sirviendo la espada en aquellos momentos de pequeña Cruz formada, verticalmente por el pomo, la empuñadura y la hora y, horizontalmente, por el travesaño de la guarnición.

Cuando el Rey Santo se enteró de lo que había hecho su valeroso capitán, ordenó levantar en aquel mismo lugar una Cruz grande de madera que sustituyera a la esapada clavada en la tierra por tan valiente soldado.

Asentado definitivamente Fernando III en la ciudad, una de las primeras resoluciones que adoptó fue la de fundar un convento de franciscanas Clarisas, el cual se enclavó, en primero lugar, en las casas de las calles de los Pilarillos y Abades, entre el Arco de los Dolores y la Puerta de Noguera. Precisamente el primer ruego que hizo el Rey Santo a estas monjitas fue el de que cuidaran de la Cruz dado que era su voluntad el que la misma no faltara jamás de aquel lugar.

¡Cuántas cosas ocurrieron después! A pesar de su derrota, los moros continuaron acosando la ciudad y aquel convento fue saqueado en los años 1298 y 1368, siendo hechas prisioneras algunas monjitas y otras, asesinadas.

A causa del fuerte viento la Cruz se cayó en los años 1835, 1916 y 1939. La familia de don Juan José Balguería Brunet, se ofreció para costear una nueva Cruz, lo que fue aceptado por el Prelado, así como adoptar el compromiso que hasta entonces tenían las monjas.

En el año 1916, el 21 de Julio, a las dos y media de la tarde, quedó terminado el Soneto a «La Cruz», del poeta Almendros Aguilar, grabado en un pedestal colocado al pie de la Cruz.

En 1946, hubo que reemplazarla nuevamente. El día 12 de febrero, el obispo don Rafael García y García de CAstro, bendijo en el Placio Episcopal otra gran Cruz de madera. Esta duró cinco años. Estuvo guardada en los bajos del Ayuntamiento y más tarde, en 1979, fue cedida a la Asociación de Vecinos de la Magdalena, para que fuese instalado en la plaza del barrio el día 3 de Mayo, con motivo del Día de la Exaltación de la Cruz. En el año 1985 se encontraba en los salones de la mencionada Asociación que, por cierto, ya no existía y su sede estaba cerrada...

La última vez que se cayó la Cruz fue en 1951 y se hizo por fin la actual Cruz roquera, siendo el proyecto del arquitecto don Antonio María Sánchez, y los cálculos de resistencia de don Pablo del Castillo García Negrete. Al pie de la misma además del soneto existe una lápida de mármol gris que dice: "Esta Cruz, siguiendo piadosa tradición, ha sido costeada y donada al pueblo de Jaén, por los hermanos de doña Dolores y don Eduardo Balguerías Quesada. Jaén, Octubre de 1951".

Este es el soneto del que se habla:

Muere Jesús del Gólgota en la cumbre
con amor perdonado el que le hería;
siente deshecho el corazón María
del dolor de la inmensa pesadumbre.
Se aleja con pavor la muchedumbre
cumplida ya la santa profecía;
tiembla la tierra; el luminar del día
cegando a tanto horror, pierde su lumbre.
Se abren las tumbas, se desgarra el velo
y a impulsos de amor, grande y fecundo,
parece estar la cruz, signo de duelo,
cerrando, augusta, con el pie el profundo,
con la excelsa cabeza abriendo el cielo
y con los brazos abarcando al mundo.

Espero que os haya gustado.

Un saludo.

La leyenda del lagarto de la "Malena"

Saludos lectores.

Una de las leyendas mas conocidas de Jaén es la del lagarto de la "Malena" que, a continuación, paso a relatar.

Dicen los libros que hace cientos de años, quizá cuando nuestro viejo barrio de la Magadalena era el centro de la ciudad nazarita cantada en fogosos versos por el poeta Ben Farach, donde vivían emires y califas bajo el amparo de los recios muros del sólido castillo; o acaso más tarde, cuando Jaén se convirtió en Reino cristiano por obra y gracia de las armas de San Fernando, o quién sabe si mucho antes todavía. Pero es lo cierto -la fecha no hace al caso- que hace muchos años, llegó a Jaén, nacido de las propias entrañas de la tierra, o más bien llegado de los mismos confines del infierno, un monstruo gigantesco y horrible, un dragón de garras y dientes afilados que el pavor de quienes lo vieron hizo confundir con un descomunal lagarto. Este lagarto de Jaén como dio en llamársele, fijó su guarida en el mismo manantial de la Magdalena para saciar en sus aguas cristalinas la sed abrasadora que le producía el ardor de sus festines. Cada salida de la bestia la marcaba una estela de sangre y de dolor y los vecinos del populoso barrio vivían sumidos en permanente angustia por la ferocidad de tan desagradable huésped.

Así pasaba el tiempo y la vida en aquellos contornos se hacía insostenible. Nadie se atrevía a salir a la calle por temor a la fiera convertida en rey y señor de casi toda la ciudad. Los trabajos del campo permanecían abandonados, los pastores veían diezmarse sus rebaños engullidos por las insaciables y sanguinolentas fauces de la serpiente, las calles antes bulliciosas aparecían desiertas presentando un aspecto desolador.

Pero al fin, Jaén que es patria de valientes como lo fuera el caballero Fría, conocido por capitán "Pocasangre" en paradoja a la mucha de sus venas; o Antonio Cuéllar y Juan Rincón, acompañantes de Colón en sus viajes al Nuevo Mundo; o don Lorenzo Aldana, soldado de Pizarro en Perú; Jaén que siempre contribuyó con su presencia en las grandes empresas, no podía permanecer anonadada bajo el castigo de la fiera, no tardando en surgir el héroe popular, el valiente y noble jaenero que había de terminar para siempre con el terrible azote.

Pero he aquí, que los autores de la época, si bien coinciden en cuanto llevo dicho, no se ponen de acuerdo en la clase de muerte que recibió el lagarto; por ello escribiré las tres versiones que existen.

Según la primera, la hazaña de dar muerte al terrorífico dragón, corrió a cargo de un valiente guerrero revestido con traje de espejos. Así ataviado esperó a pie firme la acometida de la fiera y cuando el choque violentísimo se hacía inevitable, aquélla, deslumbrada por el brillo del azogue detuvo su carrera, y el momento de indecisión fue aprovechado por el bizarro militar para atravesarla con su cortante espada.

Otros dicen que fue un cautivo quien, a cambio de su libertad, le dio muerte por ingenios o procedimientos no especificado en las crónicas de entonces.

Por último, una tercera versión, quizá la más conocida, afirma que el lagarto murió a manos de un joven pastor, cuya gallardía corría pareja con su valor e ingenio, el cual, cansado de los estragos de la bestia en sus rebaños tuvo la idea de obsequiarla con un apetecible corderillo que no tenía de tal más que la piel habilmente rellena de su mortífera dinamita. El estallido fué horrible y se sintió muchas leguas a la redonda, celebrándose fiestas durante varios días en medio del regocijo indescriptible. El pueblo entusiasmado, paseó por las calles la piel del lagarto mientras colmaba de honores al valiente pastor que supo librar a la ciudad del tormento espantoso.

Esta es, queridos lectores la leyenda del lagarto de la "Malena".

Un saludo.

La leyenda de Nuestro Padre Jesús Nazareno

Saludos lectores.

Es extraño que cualquier escritor, periodista, investigador o simplemente jienense, no haya escrito o contado, a su manera, la leyenda de el "Abuelo".

Viene a decir algo así:

Si la sagrada imagen se ve siempre envuelta en incienso de plegaria y en aromas de amor, también su origen es extraordinario y conserva el perfume de la leyenda.

Tiene el matiz de lo prodigiosos, de ahí su belleza y popularidad. Lo mismo que por herencia se vincula en los hijos el cariño entrañable que los padres profesan a Jesús Nazareno, así las generaciones pasadas han trasmitido a la actual el modo maravilloso con que la imagen se dice fue hecha.

Solamente hay variación dentro de la tradicional y sencilla creencia, en el emplazamiento del lugar en que se verificó el prodigio. Para algunos, los menos, ésta acaeció en una casita de labor, próxima al sitio donde hoy se levanta la iglesia de la Merced. Y para la inmesa mayoría se efectuó en la casería de Jesús, que de ello tomó el nombre que aún conserva, aunque existen muchas caserías con este nombre.

En aquella finca de olivos, de los aledaños de la capital, habitaban sus propietarios, un matrimonio de sanas y laboriosas costumbres, cuyo vivir caminaba ya hacia el ocaso. A la entrada de la casa donde moraban había un grueso tronco, procedente, sin duda, de algún árbol centenario, de extraordinarias dimensiones.

Cierta tarde, cuando la claridad crepuscular se proyectaba sobre el paisaje, vieron venir por el sendero que conducía a la casa a un viejo de aspecto venerable, que marchaba lentamente, con evidentes señales de cansancio.

No era vecino de Jaén; era un pobre caminante que solicitó pasar la noche en la casería; los dueños accedieron a su deseo, con afectuosa solicitud cristiana. Antes de entrar en la casa, el anciano, fijándose en el grueso leño, exclamó:

- ¡Qúe hermoso Jesús se haría de él!

Los ojos del matrimonio interrogaron al viajero, mientras los del mozo de labor, presente en la escena, le miraban asombrados e incrédulos.

A la muda pregunta el viejo, que parecía absatraido, asentía con movimientos afirmativos de cabeza.

- Me basta -dijo, finalizando su silencio-, con que transportéis este leño a la habitación más apartada, pues los muchos años restáronme la energía necesario y yo os aseguro que, pasado un día, este grueso tronco lo veréis convertido en un Nazareno.

Y había tal sinceridad en su mirada e inspiraba tanto respeto su figura, que por toda repuesta el amo y el criado, tras muchos esfuerzos lograron llevar al sobrado al corpulento tronco.

El anciano imaginero rehusó cortés participar en la cena, que con agrado le ofrecían, pues más que alimento, que no lo necesitaba, placía a su viejo cuerpo el descanso. Antes de retirarse advirtió que no le interrumpieran en su labor de talla, a la que desde la madrugada siguiente pensaba consagrarse.

Consumidos de impaciencia los cónyuges y el mozo, dejaron transcurrir la mañana, respetando con fidelidad lo aconsejado por el viajero artista, aunque observaron, con no poca extrañeza, que no se sentía ruido o golpe de ninguna clase y ya, mediada la tarde, no pudieron refrenar por mas tiempo su curiosidad, ascendieron silenciosos por la estrecha escalera hasta el desván y al abrir la puerta, que se hallaba entornada, contemplaron embelesados al que había de constituir en adelante el más atrayente IMAN DE AMOR de todos los jienenses: un hermoso Jesús Nazareno. El viejo escultor, artista meritísimo como lo proclamaba obra tan perfecta, había desaparecido y jamás volvió a saberse nada de él.

Quedaba realizado el prodigio: una bellísima talla representando a Jesús Nazareno. El peregrino imaginero rememoró el momento de la Pasión cruenta en que el inocente y divino Sentenciado caminaba hacia el Gólgota, con imponente y serena majestad, abrazado, amoroso, a la cruz y marchando augustamente hacia la muerte.

De sobra se sabe que lo que dice esta leyenda es eso, una leyenda, pues hay que pensar, en base a algunos fragmentos históricos que han llegado hasta nosotros, que , aunque la imagen de Jesús fuera tan perfecta y maravillosa como la tradición cuenta, hubiera necesidad, en el transcurrir de los siglos, de sustituirla por otra de idéntica belleza.
Así nos lo hace pensar el hecho de que los antiguos Estatutos de la Cofradía, al aludir a la tradición dice que «la imagen se costeó con las limosnas que los religiosos recolectaron, acompañados de varias labradores de la Puerta de Granada»

Un saludo.

El Cristo de los Charcales

22 agosto 2007

Saludos lectores.

Existe una leyenda jaenera que debió ocurrir allá por el siglo XVIII en que en la calle del Arco de la Puerta de Granada, vivían solos y pobremente, un anciano matrimonio formado por Vicente e Inés. Su manutención dependía del poco dinero que Vicente ganaba pintando adornos en muebles y esculpiendo figuras de cerámica. Un día, un rico señor de la ciudad le hizo un encargo y tanto le gustó el trabajo del bueno del anciano que lo recompensó generosamente.

Pero siempre ha existido gente malvada y un sujeto de malas entrañas, enterado de que el anciano matrimonio tenía cierta cantidad de dinero, aprovechó una oportunidad y, en ausencia de Vicente, dio muerte con un palo a la desprotegida Inés y le robó el dinero. Enterados de tan macabro suceso, todos los agricultores y ganaderos de los pagos de la Fuente de la Peña, que es decir, todo Jaén, pues esta ciudad era eminentemente ganadera y agrícola, se solidarizaron con el anciano y le ayudaron con una colecta con la que compró un pequeño huerto junto a la Fuente de la Peña.

Pasó el tiempo y, una tarde de mayo, esas nubes que corren por lo alto de Jablacuz, descargaron una fuerte tormenta. Tras el fenómeno atmosférico, Vicente recorrió su campo para comprobar los daños que había ocasionado la lluvia torrencial. Fue entonces cuando, en un gran charco, cubierto de barro, encontró un crucifijo, que apretó sobre el pecho, llevándolo a su casa. Al día siguiente los vecinos se congregaron ante la Cruz para adorarla.

Cuenta la leyenda que estando en tan piadosa actitud, Vicente pudo ver, desde la ventana, que, por los efectos fulminantes de una chispa eléctrica, había ardido por completo una cercana choza. Todos se acercaron y quedaron verdaderamente asombrados al ver que sobre la derruida choza yacía carbonizado el cuerpo de un hombre que estrechaba sobre sus manos una talega, con las iniciales de Vicente, en cuyo interior estaba intacto el dinero que le habían robado a la pobre Inés.

Se comprobó que aquel hombre carbonizado era el malvado que había robado al infeliz matrimonio. Vicente recuperó la bolsa y con el dinero decidió que se levantara una ermita. Sobre la cruz encontrada pintó una imagen de Jesús Crucificado y a sus pies una Virgen Dolorosa. Y las gentes llanas y sencilla siguieron adorando al Cristo de los Charcales.

Para todos aquellos jiennenses que no reconozcan el nombre de este Cristo les diré que es el Cristo del arroz.

Un saludo.

El viento de Jaén

Saludos lectores.

De todos los jienenses es sabido que en la capital encontramos calles en las que sopla un viento endemoniado.

Cuando era pequeño, mis padres me decían que cuando tenían mi edad los días de invierno si que eran largos y mucho más crudos que los de ahora ¡y el viento! ¡Santo Dios! Era tan fuerte que desprendía las tejas de las viviendas, tiraba los cables del tendido eléctrico, rompía las ramas de los árboles (incluso hoy en día aún encontramos estos sucesos), los tapiales, las alambradas, los postes, e incluso derrumbaba casas. El 15 de diciembre de 1945, arrancó la cruz del castillo... El quiosco de música de la Plaza de Santa María, cayó contra los bancos. Era como si Eolo soltara a todas las brujas endemoniadas dando ayes, cabalgando y volando en la noche. Fijaos si soplaba con fuerza el famoso aire de Jaén, que ha servido para que la imaginación popular se finja leyendas de sucedidos y hechos de brujería, como el que mató en la calle Campanas a un sacerdote. El 12 de diciembre de 1957 derribó el muro de la pantalla del cine de verano Rosales, en la calle Martínez Molina, en donde ahora se encuentra la plaza de Alcalá Venceslada y que anteriormente fue Cárcel Vieja. Aquella madrugada murieron varias personas. La noche de San Andrés de 1959 abrió de par en par la Puerta del Perdón de la Catedral.

Eran tan lluviosos y ventiscos los días que había ocasiones en que mis abuelas no los dejaban ir al colegio (que pena para mis padres jeje) y se quedaban en casa haciendo los deberes. No podían ir ni tan siquiera a la tienda a comprar, ante el temor de sufrir cualquier tipo de accidente.

Queridos lectores, si sois de Jaén o tenéis familia o conocidos, preguntadles que saben o que recuerdan de estos hechos y que os lo cuenten. Si encontráis algo más relacionado con el viento de Jaén no dudéis en compartirlo.

Un saludo.