26 mayo 2008
Saludos lectores.
De nuevo con vosotros para contaros otra leyenda de Jaén, esta vez sobre un ánima: la de Don Alonso. Espero que os guste.
Comentan los más viejos del lugar que, si bien la ciudad de Jaén es famosa por sus vendavales, donde más arrecia el ímpetu del giennense viento es en la calle Campanas (anteriormente ya comenté algo sobre el viente de Jaén aqui). Allá sopla enfurecido Eolo, con inflados carrillos, no solo durante los curdos rigores invernales, sino aún en los apacibles días de la mejor bonanza. De ahí toma el nombre la calle, ya que el viento huracanado mece los badajos de las pesadas campanas en un descompasado toque "a rebato". En una ocasión fue tan fuerte la tromba de viento que arremetió contra la fachada principal del templo que abrió de par en par sus puertas, haciendo saltar los cerrojos y retorciendo sus gruesas retrancas de acero. Una vez dentro del templo, el travieso Eolo se divirtió a sus anchas, desmantelando altares, apagando velas, rompiendo más de un cristal y echando a rodar candelabros, jarrones y las coronas e más de un santo... y no quiso salirse sin juguetear un rato con el órgano, improvisando una atolondrada composición. Esto ocurría allá por la nochebuena de 1821.
De antiguo viene el señorío del viento sobre Jaén, su costumbre de pasearse a sus anches por sus callejas. Pero donde sopla con mayor poderío es en la calle Campanas. Tanto arrecia allí su empuje que, como ya he dicho, mece las campanas de la torre de la catedral, echándolas a sonar. Quiso por ello la imaginación popular recurrir a la fantasía para explicar este solo tañer. Dicen algunos que el ánima del obispo insepulto (Don Alonso Suarez de la Fuente del Sauce), cuando cierra el sacristán las puertas de la vetusta catedral, el espíritu abandona la humilde cajonera qeu le hace las veces de sepulcro en la capilla mayor.
Aprovechando aquella serena soledad y acallados los pedigüeños murmullos de las beatas, entre la penumbra temblona y chisporroteante de las velas, pasea su ánima en un vagar triste por las naves. Ora se detiene a charlar con este o con aquel santo, ora se detiene ante la lápida sepulcral de aquellos prelados que tuvieron mejor suerte y destino. Suspira aburrido y susurra: ¡Que envidia me das! Y continúa en su errante, eterno, cadencioso caminar por la cripta, galerías altas y orres, desde aquella soberbia altura columbra, hastiado, un Jaén que no existe... mientras musita: ¡Que larga es esta noche sin fin! ¡Que pequeño se me hace este templo, que escasas sus quince capillas, que reducidas sus galerías, que chatas sus torres gemelas y su pueril pretensión de alcanzar el cielo! ¡Poco... para entretener toda una eternidad!
Al decir del pueblo, es el alma sin descanso de Don Alonso la que echa a sonar, en lúgubre y cadencioso toque de difuntos, las campanas de la torre. Jaén que duerme tranquilo, mientras el viento embiste con furia en las ventas y silba enfurecido a su paso por los soportales. Su descansar se turba al escuchar el teñir solo de las campanas. No tiene la conciencia tranquila, no. Es por ello que recuerda a aquel obispo, olvidado y arrinconado en un cajón, reclamado que le den un poco de tierra donde reposar su humilde osamenta. Se cree que su cansada ánima es quien mece con desidia el badajo rogando su inhumación.
Otras veces, el viento arranca silbos atolondrados a la tubería del órgano, es por ello que quien esto ha escuchado, atribuye al espectral obispo el quejumbroso lamento en desafinada melodía. Pena por no encontrar descanso de esta diócesis que, sin haber puesto una piedra siquiera en ese sagrado recinto, sin embargo, encontraron eterno reposo bajo sus bóvedas. Mientras que él gastó toda su fortuna en construir iglesias, capillas y ermitas... sin encontrar después reposo para sus huesos. Por ello, apenado allí, cada moche, deambula quejoso el ánima pobre de un hombre pobre que, por contenciosos ajenos, fue exhumado a poco de morir para no tornar más a la tierra. Jaén tiene razón ¡No es el viento, no! sino el reclamo de justicia que, a golpe de badajo, lanzan las campanas de nuestra catedral.
Espero que os halla gustado.
Un saludo.
pd: Actualmente el obispo Don Alonso llace enterrado.
De nuevo con vosotros para contaros otra leyenda de Jaén, esta vez sobre un ánima: la de Don Alonso. Espero que os guste.
Comentan los más viejos del lugar que, si bien la ciudad de Jaén es famosa por sus vendavales, donde más arrecia el ímpetu del giennense viento es en la calle Campanas (anteriormente ya comenté algo sobre el viente de Jaén aqui). Allá sopla enfurecido Eolo, con inflados carrillos, no solo durante los curdos rigores invernales, sino aún en los apacibles días de la mejor bonanza. De ahí toma el nombre la calle, ya que el viento huracanado mece los badajos de las pesadas campanas en un descompasado toque "a rebato". En una ocasión fue tan fuerte la tromba de viento que arremetió contra la fachada principal del templo que abrió de par en par sus puertas, haciendo saltar los cerrojos y retorciendo sus gruesas retrancas de acero. Una vez dentro del templo, el travieso Eolo se divirtió a sus anchas, desmantelando altares, apagando velas, rompiendo más de un cristal y echando a rodar candelabros, jarrones y las coronas e más de un santo... y no quiso salirse sin juguetear un rato con el órgano, improvisando una atolondrada composición. Esto ocurría allá por la nochebuena de 1821.
De antiguo viene el señorío del viento sobre Jaén, su costumbre de pasearse a sus anches por sus callejas. Pero donde sopla con mayor poderío es en la calle Campanas. Tanto arrecia allí su empuje que, como ya he dicho, mece las campanas de la torre de la catedral, echándolas a sonar. Quiso por ello la imaginación popular recurrir a la fantasía para explicar este solo tañer. Dicen algunos que el ánima del obispo insepulto (Don Alonso Suarez de la Fuente del Sauce), cuando cierra el sacristán las puertas de la vetusta catedral, el espíritu abandona la humilde cajonera qeu le hace las veces de sepulcro en la capilla mayor.
Aprovechando aquella serena soledad y acallados los pedigüeños murmullos de las beatas, entre la penumbra temblona y chisporroteante de las velas, pasea su ánima en un vagar triste por las naves. Ora se detiene a charlar con este o con aquel santo, ora se detiene ante la lápida sepulcral de aquellos prelados que tuvieron mejor suerte y destino. Suspira aburrido y susurra: ¡Que envidia me das! Y continúa en su errante, eterno, cadencioso caminar por la cripta, galerías altas y orres, desde aquella soberbia altura columbra, hastiado, un Jaén que no existe... mientras musita: ¡Que larga es esta noche sin fin! ¡Que pequeño se me hace este templo, que escasas sus quince capillas, que reducidas sus galerías, que chatas sus torres gemelas y su pueril pretensión de alcanzar el cielo! ¡Poco... para entretener toda una eternidad!
Al decir del pueblo, es el alma sin descanso de Don Alonso la que echa a sonar, en lúgubre y cadencioso toque de difuntos, las campanas de la torre. Jaén que duerme tranquilo, mientras el viento embiste con furia en las ventas y silba enfurecido a su paso por los soportales. Su descansar se turba al escuchar el teñir solo de las campanas. No tiene la conciencia tranquila, no. Es por ello que recuerda a aquel obispo, olvidado y arrinconado en un cajón, reclamado que le den un poco de tierra donde reposar su humilde osamenta. Se cree que su cansada ánima es quien mece con desidia el badajo rogando su inhumación.
Otras veces, el viento arranca silbos atolondrados a la tubería del órgano, es por ello que quien esto ha escuchado, atribuye al espectral obispo el quejumbroso lamento en desafinada melodía. Pena por no encontrar descanso de esta diócesis que, sin haber puesto una piedra siquiera en ese sagrado recinto, sin embargo, encontraron eterno reposo bajo sus bóvedas. Mientras que él gastó toda su fortuna en construir iglesias, capillas y ermitas... sin encontrar después reposo para sus huesos. Por ello, apenado allí, cada moche, deambula quejoso el ánima pobre de un hombre pobre que, por contenciosos ajenos, fue exhumado a poco de morir para no tornar más a la tierra. Jaén tiene razón ¡No es el viento, no! sino el reclamo de justicia que, a golpe de badajo, lanzan las campanas de nuestra catedral.
Espero que os halla gustado.
Un saludo.
pd: Actualmente el obispo Don Alonso llace enterrado.
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